Por Martha Silva para "La Otra"

Andrés Binetti (Llanto de perro y La Piojera) juntamente con Alejandro Lifschitz, el protagonista de esta obra, despliegan una serie de acontecimientos investidos de un humor negrísimo, desde el Teatro Anfitrión, todos los sábados a las 23:00 hs.
En escena aparece solo el maquillador de cadáveres de una funeraria y se supone que por esta razón esta obra es un unipersonal. Pero lo cierto es que de alguna manera están presentes no solo el viejo maquillador español sino el dueño de la funeraria, su hijo adolescente, el cadáver maltratado del actor famoso que debe embellecer, para presentarse ante el peor de los públicos -el más exigente- y una actriz famosa que mejor no nombrarla.
Además, de un modo u otro intervienen en roles destacados la Guerra Civil Española, la soledad, el exilio, la muerte y los argentinos con los cuáles este español tiene una relación más que conflictiva. La presencia de la muerte es palpable, pero no debe ser algo tan malo puesto que nadie se ha quejado, ni intentó retornar -nos dice este singular personaje vestido con un guardapolvo gris. Es la vida la que se torna nociva y absurda y desemboca en la muerte por mano propia, como ocurre con el rubio actor que ahí yace en la camilla, listo para ser embellecido.
Se despliega una seguidilla de chistes y situaciones macabras que hacen más soportable el dolor, sin dejar por ello de ser inquietantes. Todo el dolor del mundo, la soledad de un personaje, el viejo maquillador -labor maravillosa de Alejandro Lifschitz- que deja traslucir que con los muertos “sus muertos”, a los que embellece para partir de este mundo o para presentarse al otro, tiene una relación más laxa y satisfactoria que con cualquier otra persona que respire normalmente.
Detrás de las carcajadas estarán las referencias elípticas a otros lutos y otros exilios que más de uno ha conocido en este país.
Obras como esta quizás sean la prueba incontrastable de que las nuevas generaciones teatrales también cuentan aquella historia de duelo interminable, no acabado. Sólo que no lo enuncian, no redundan, no lo hacen obvio. En cambio, lo narran, lo actúan con absoluta solvencia.


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